martes, 15 de noviembre de 2011

Triste... como tantas canciones.

Hay días en los que me pregunto ¿por qué todo es tan complicado? Si solo somos huesos, órganos, carne, piel. Solo somos máquinas cálidas que pueden hablar y moverse. Voy día tras día en el mismo autobús pensando en las mismas cosas y rodeada de la misma gente.
La música cambia según mi estado de ánimo y esta noche solo quiero ver vídeos que hacen que mi piel se ponga de gallina.
No voy a negar que estoy cansada, verdaderamente agotada. me mareo cada dos por tres, me duele tanto la espalda que tengo ganas de llorar cada diez minutos. No quiero seguir así, necesito unas vacaciones, necesito saber que en algún momento todo dejará de ir mal.
Me preocupo por todo, intento abarcar más de lo que puedo y la única vía de escape que conseguía hacerme desconectar... bueno, se ha cerrado, las vías de un solo sentido no funcionan, tienen que ser cosa de dos.
Y ahora lo único que me hace desconectar es... nada. No consigo desconectar, es que no puedo, de verdad que no.
Y ahora todos mis días son iguales. Mi padre está mal en casa. Mi madre necesita un respiro. Mi hermano no se preocupa por nada. Yo lo cojo todo en una mochila invisible y me voy a clase. Aguanto día tras día el levantarme con ojeras de no dormir, el tener ganas de llorar y el que nadie se de cuenta.
Sonríe Á., Sonríe y sigue y sigue y sigue como siempre. Cuanto más pienso en todo, peor me siento. ¿Es todo culpa mía? No puedo hacer que mi padre mejore, no puedo hacer que mi madre se anime, no puedo mantener ni un mínimo de normalidad y estabilidad emocional con una relación, no puedo hacer nada y lo peor es que por un lado me siento triste por todo y por el otro lado me siento culpable por pensar que lo que necesito es un par de días lejos del mundo, lejos de la familia, de la universidad, del amor y de mi misma.
Llego a casa, mi padre en la cama y yo pienso una y otra vez... Si solo somos carne, piel y hueso, ¿qué hemos hecho mal para sufrir?
Otro día más a la cama sin dormir, vuelta a empezar. Una mañana más, un nuevo ataque de ansiedad y preguntarme por qué ahora no tengo con quién escapar, alguien ajeno a todo este caos que no me diga nada, que me abrace y que me de a entender que algún día las cosas cambiarán.
No puedo estar siempre triste y juro que intento no estarlo. Me río, hablo, voy y vengo, pero no es suficiente.
Ya nada parece suficiente. Ni el aire.
No me basta el consuelo de una noche. No quiero palabras y expresiones vacías de sentimiento que intentan que me anime y no sirven para nada. No puedo aguantar día tras día buscar calor que evite que me convierta en un témpano de hielo sin sentimientos. No se me da bien ser cariñosa sin motivo, pero ojalá lo fueran los demás.
¿Tan bien finjo estar bien que nadie lo ve?
¿o es que a nadie le importa lo suficiente?
¿Solo vemos lo que queremos ver en los demás sin esperar un trasfondo emocional?
¿o podemos verlo todo y simplemente ignorarlo?
¿Alguien sabe cómo se deja de pensar? ¿Cómo se consigue que le importes a los demás como algo más que un pasatiempo? ¿Cómo se supera el miedo constante a que todo se estanque y nada cambie? ¿Cómo se aguanta la monotonía del día a día? ¿Alguien sabe cómo se respira algo más que ansiedad?
De todas formas, hay días que lo único que necesitamos es que nos escuchen durante unos minutos. Así que gracias Ch. por escucharme a kilómetros de distancia hoy cuando iba en el autobús de vuelta a casa, al menos he dejado de llorar.
Necesito unas vacaciones.

Queda pospuesto para mañana el blog que le prometí a N. 

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