lunes, 29 de agosto de 2011

La vida es sueño y los sueños... ¿qué son?

 Esta noche he tenido el sueño más gore de mi vida y a la vez más increíble, me he despertado entre sudores fríos con una tremenda necesidad de tocarme las piernas y los brazos para estar segura de que seguían ahí. Lo extraño es que no tenía miedo, estaba enfadada, muy enfadada.
 Lo único que podía sentir durante la pesadilla era una increíble cantidad de ira dentro de mí. Era como arder desde dentro, lo notaba en mi cara, en mi mirada y en mi pecho. Quería gritar y no podía, me callaba, lo acumulaba, calculaba y pensaba... era lo único que podía hacer.
Estaba sola. Completamente sola. 
A duras penas podía moverme. No tenía el espacio necesario ni la suficiente movilidad. Hacia abajo... una caída de miles de metros, piedras, arena, algún matorral seco, restos de árboles muertos, quemados...
Hacia arriba, la libertad a tan solo un metro. Y en el centro yo, sobre un saliente de un escarpado acantilado. Está claro que tenía que subir, pero alguien me había dejado allí y ese alguien también se había encargado de quitarme los brazos y las piernas.
 Solo estaba mi tronco y mi cabeza, que no dejaba de pensar: "Tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí, ¡TENGO QUE SUBIR!
No había dolor.
No tenía miedo.
 Solo quería alejarme del horrible y sofocante sol que me daba de lleno en la cara. Necesitaba dejar de respirar ese aire cálido y cargado de finísima arena. Y entonces me daba cuenta de que no era arena en la brisa sino la tierra que un coche había movido al aparcar junto al acantilado.
 Pero no avisaba... porque sabía que era quien me había hecho eso. Me subía y gritaba "Vacía tus bolsillos". "¿Cómo voy a hacerlo sin brazos?" pensaba yo. "Que los vacíes he dicho". Y yo solo le contestaba una vez, sin temblar, que no.
 Estaba cubierta de mi propia sangre ya reseca, pero no sangraba. No moría. Tan solo quería escapar... o no. No era escapar lo que realmente buscaba, sino poner fin a todo aquello y salir sana y salva.
 Él decía que no le gustaban las chicas contestonas y desobedientes asi que intentaba arrancarme la poca ropa hecha girones que llevaba. Me resistía, notaba su aliento con olor a alcohol en el cuello, me tiraba del pelo. Y yo... yo no lloraba. Solo iba ardiendo más y más en deseos de ponerle fin. Le daba un cabezazo y arrastrándome por el suelo intentaba alejarme para que me diera tiempo a pensar... pero sin brazos ni piernas era imposible que consiguiera salir de allí con vida.
 Y entonces, como si fuera una película completamente psicótica, agarraba con el cuello una pala que había junto a su coche y sin saber muy bien cómo le cortaba mil veces y le miraba sangrar por el cuello a borbotones cada vez que quería hablar para pedir ayuda. Le escupía en la cara y me arrastraba hacia la carretera.
 En ese momento no me preguntaba cuánto tardaría en encontrar ayuda ni si algún día podría sentirme segura después de todo. Solo imaginaba un lago, un precioso océano azul oscuro en miniatura. Lo veía claramente cada vez que pestañeaba. Ahí estaba, a un parpadeo de distancia. Casi podía respirar su humedad, podía sentir mi pelo mojado y el sol bañandolo todo sin quemarlo. A mi espalda el frío del agua calmada. Debajo peces de colores. Y arriba el cielo brillante con nubes esponjosas, como si quienes flotaran fueran ellas y no yo. Sonreía y empujaba más fuerte.
 Daba vueltas sobre mi misma hacia la cuneta para descansar. Boca arriba cerraba los ojos.
Allí estaba otra vez, ese maravilloso lugar de mi mente en el que no necesitaba mi cuerpo para moverme, el agua hacía que me deslizara sin más. Oía música, realmente familiar, no podía ser también producto de mi imaginación.
 ¿Existiría entonces ese lugar? Más aun... ¿existiría esa sensación de paz? Esa felicidad que solo puede ser producto del más absoluto nirvana emocional. Esa emoción, esas lágrimas y esa sonrisa estremecedora al sentirte completamente libre. ¿Existirían de verdad?
 No quería saber si volvería a ver el agua o a sentirla en mis labios. No pensaba en mis brazos, no pensaba en caminar. Estaba atrapada en un duelo entre mi frustración desértica y mi paraíso mental justo cuando una sombra se puso sobre mi cara y un grito ensordecedor me hizo abrir los ojos.
B. estaba ahí, en shock, creyéndome muerta. Intentó levantarme y tropezó. "¡Au, que me pisas el pie!" bromeé. Del susto casi se desploma.
 De pronto ya estábamos a salvo, había pasado el tiempo y estaba en una cabaña de madera enorme con mi familia. No era feliz, quería sentir el suave contacto de aquel lago entre los dedos de mis manos... pero no tenía manos. Quería meterme poco a poco, paso a paso, y que los peces jugaran con mis piernas, pero nunca sería posible.
 Lloraba en silencio. Disimulaba con una vaga sonrisa mientras miraba por la ventana. Fuera había una rueda, colgada de una cuerda a un precioso sauce llorón. Unos niños jugaban.
 Una niña pequeña con mi color de pelo, mi pálida piel y un cuerpo demasiado delgado gritaba de miedo agarrándose con sus diminutas manitas a la rueda. Dos niños de más o menos la misma edad, pero mayores que la niña, empujaban la rueda ignorando sus gritos. Ella quería parar, pero también quería alcanzar una rama llena de brillantes hojas verdes.
 Cuando se acercaba al suelo, gritaba a pleno pulmón. Cuando estaba más alto uno de sus brazos se soltaba y se estiraba todo lo que podía sin alcanzar la rama. Me preguntaba por qué lloraría...¿por no poder bajar, por no alcanzar lo que deseaba o por saber que nunca podría tener las dos cosas al mismo tiempo?
 Vi unos hoyuelos de delgadez en su rostro y pensé "Cómo se parece a mí cuando tenía su edad". Uno de los niños se giró y reconocí los ojos de mi hermano. Mi madre salió por la puerta, rejuveneciendo de golpe unos años. Le había crecido el pelo y lo tenía rizado. Gritaba el nombre de mi primo y de mi hermano. Y me cogía en brazos... a mí, a mi pequeña yo que lloraba desesperada desde el neumático viejo, mientras mi otra yo lloraba desde la ventana.
 Me preguntaba qué era real y si ambas situaciones lo eran... ¿podría impedir que viviera aquel horrible sufrimiento?¿podría sentir el frío en la cara al sumergirme un segundo huyendo del calor del sol?¿recordaría el nombre o el estribillo de la canción?
 Entonces aparecían mis tías con un regalo. Unas botas de tacón de aguja altas hasta el muslo. Y eran para mí. "Es una broma cruel" les decía y ellas no lo comprendían, ¿acaso no era evidente que nunca podría llevarlas? Me tapaba la cara con las manos tratando de no gritar. No me di ni cuenta. Mis manos. Estaban ahí, habían vuelto o quizás nunca se hubieran ido. Me clavaba mis propias uñas en la palma, eran de verdad, las sentía, las movía. Miré mi mano derecha y vi mi lunar... mi pequeña yo dejó de llorar y dijo "¡Anda, yo tengo uno igual, mira!"
 Al ponerme de pie y reírme de alegría al probarme las botas lo supe, estaba soñando. Soñando desde mi lago irreal. Supe también que la canción se titulaba "The only exception" y supe que llegué a arrancar la rama del sauce cuando yo misma, pero con otro cuerpecito me la puse detrás de la oreja, triunfante.
 Apreté los ojos con fuerza y al abrirlos me cegó el sol y del susto me hundí y tragué agua. Entre risas chapoteé hacia la orilla y me senté. Mire a mi alrededor, no estaba sola, pero no sabía quién estaba conmigo.
 Me dejé caer en la hierba salpicándola con mi piel y noté claramente las hojas de sauce entre mis dedos al acariciar el suelo. Miré la superficie cristalina con los semicírculos que mi presencia había creado y vi que estaba rosada, rojiza. Mi ropa seguía manchada de sangre de un pasado que tal vez nunca existió y mi mano se aferraba al triunfo que me había llevado allí.

 ¿Qué era real? ¿Seguiría en la cuneta soñando y muriendo sin saberlo? ¿Estaba en la cabaña? ¿Era una niña? ¿Era yo misma? ¿Por qué había parado la canción? 
Alguien me tapó los ojos con las manos. Empezó de nuevo la música y al abrir los ojos, justo cuando iba a saber quien estaba conmigo en el lago...
Estaba en Madrid, en mi cama, asfixiándome con mis propias sábanas en mi habitación de siempre.
 20 años. 
2 brazos.
2 piernas. 
0 lagos.
0 acantilados. 
1 niña sonriendo desde las fotografías del armario. 
Y una canción en la cabeza.


"Sé que te irás por la mañana cuando despiertes.
Déjame con una prueba de que esto no es un sueño.
Tú eres la única excepción."
The only exception (traducción), Paramore.
    

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