miércoles, 7 de septiembre de 2011

Lo sé.

El autobús ha tardado menos de lo acostumbrado. He bajado andando y al llegar al parque estaba increíblemente oscuro. Varias farolas apagadas, los columpios con un aire triste y solitario.
 He bajado sin dudar, el bolso en la arena y yo sentada balanceándome sin despegar los pies del suelo. Nunca un columpio solo, siempre acompañados. He mirado a mi izquierda y junto a mí nadie se columpiaba. Estaba sola a oscuras en un parque cualquiera, esperando no sé el qué.
 Por un momento he cerrado los ojos. Me ha llegado el rumor de algún coche a lo lejos, los ladridos distorsionados por la distancia de un perro incansable... y el susurrar de las hojas de los árboles. He abierto los ojos con la esperanza vacía de cordura de encontrarme con una mirada, de notar unas manos en mi cintura y un susurro entre mi pelo diciendo: "¿Te empujo?"
 En mi ensoñación yo sonreía y asentía diciendo: "Alto, muy alto." Y la voz me respondía: "Hasta las estrellas", me besaba la mejilla y yo despegaba.
 Pero eran las diez y media de la noche y no era más que una veinteañera fantaseando con ser una niña enamorada que ve las estrellas en una noche sin farolas, que ve la luna y cree que parece una gran sonrisa blanca en un cielo azul oscuro. Una mujer que aun no quiere ser adulta, que no quiere preocuparse de nada más que de llegar cada vez más alto para bajar a unas manos que te sujetan y te empujan.
 Allí sentada, columpiándome en silencio, he recordado mil escenas. Algunas en ese mismo parque. El tiempo pasa muy deprisa y muy despacio, no nos damos cuenta de lo lejos que quedan los grandes momentos y lo cerca que nos acechan las espinas que no llegamos a quitarnos.


 Cicatrizamos de cara al exterior y sentimos punzadas internas de vez en cuando. Nadie lo ve, no se nota, perdemos el brillo de los ojos una milésima de segundo.

 Tenemos la mala y humana costumbre de congelar palabras en la garganta sin llegar a decirlas cuándo y a quién debemos. Unos componen canciones, otros se alejan de todo lo que les haga sentir un nudo en el estómago, otros olvidan y algunos escribimos.
 Es posible que escriba cosas sin sentido, que ni yo las entiendo a veces, pero aun sin entenderlo lo siento. Siento cada palabra, cada letra y cada espacio, cada punto y cada coma, porque son yo, yo soy todo esto... un sinsentido enrevesado y a veces estúpido.
 Hacia arriba, estrellas.
Hacia abajo, arena.
Estrellas.
Arena.
Estrellas.
Arena.
Arriba, todo. Un cielo de posibilidades, cada estrella es una esperanza, cada noche una sonrisa brilla sin que nadie se lo pida.
 Abajo, la realidad. Si caes te arañas las rodillas, el polvo te hace toser y nadie está ahí para hacer de tu caída un chiste tonto y memorable del que reírte.


Por ahora, no me voy a bajar de mi columpio. Seguiré cogiendo impulso en la realidad para intentar llegar a las estrellas.
 Y sí, estaré sentada mirando un columpio vacío y escuchando canciones tristes que me pongan los sentimientos a flor de piel, porque a veces se trata de sentarse y escuchar los latidos de tu propio corazón al compás.

Lo sé, Funambulista.

Solté las cosas que más me pesaban,
brindé por verlas desaparecer,
dejé la gravedad mientras flotaba,
ya pensaremos lo que hacer
por si al final todo se acaba.

Lo sé, será sólo un momento y después

tendremos que inventarnos qué hacer con tanta duda.

Tal vez no quede más remedio que arder

y convertir en humo la fe que nos desnuda.

Calmé las ganas de que me besaras,

junté tu cuerpo contra la pared,
cerré la puerta por si se escapaban las cosas que nos hacen bien,
por si al final todo se acaba.



Y si me pierdo entre las nubes...
¿Qué mas da?

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