Hace meses dejé este borrador a medias y hoy, aunque no lo modifico, lo amplío, porque se quedó a medias y como todas las cosas en esta vida, no son válidas hasta que cierran. La película no termina hasta que sale la palabra fin, le dice un padre a un hijo en una de esas escenas míticas del cine romántico. Así que aquí estoy, sintiendo todas y cada una de las mariposas.
¿Dónde estamos? ¿Móstoles?¿Madrid?¿España?¿Europa?¿la Tierra?¿el Sistema Solar?
¿Importa? No sabemos lo que nos rodea, no sabemos si viajamos perdidos por el universo. Nos preocupa encontrar trabajo, la universidad, los amigos, la familia, saber qué comer, las calorías, lo caro que está el cine, elegir qué libro vamos a leer...
Vivimos en un mundo rodeado de mundos y lo que realmente nos preocupa es qué hacer cada mañana. Queremos viajar, tener vacaciones, disfrutar, tener experiencias que nos hagan emocionarnos con tan solo recordar. Queremos vivir una vida con sentido antes de que se termine. Queremos poder decir: Soy feliz porque he hecho todo lo que deseaba.
Queremos marcharnos, pero no decir adiós.
Queremos comer, pero no engordar.
Queremos reír, pero a veces la gente nos juzga si lo hacemos.
Queremos llorar, pero casi siempre cuando nadie nos ve.
Queremos enamorarnos, pero sabemos que puede doler.
Queremos hacer locuras, pero no siempre se nos permite.
Queremos decir lo que pensamos, pero la sociedad nos silencia.
Queremos ser siempre sinceros, pero a veces está mal visto.
Queremos cantar, pero nos asusta desafinar.
Queremos bailar, pero nos avergüenza no saber.
Queremos hacer la croqueta por una cuesta de césped, pero nos da miedo que nos miren con lástima.
Queremos soñar despiertos, pero nos dicen que pongamos los pies en la tierra.
Queremos ser niños, pero nos obligan a crecer.
Da igual lo que queramos, siempre habrá algo que quiera impedirlo. Por cada pro, dos contras. ¿Cómo saber entonces si debemos seguir las peticiones de nuestro corazón o hacer caso de la cordura social autoimpuesta? ¿De dónde sacar el valor para olvidar el juicio?
Quiero tumbarme a leer debajo de un árbol, pero veo "PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED", un segundo más tarde hay un perro haciendo sus cosas justo donde yo quería leer. Vivimos en una sociedad donde los límites han dejado de ser coherentes.
Llegas a una ciudad nueva, quieres entrar en una iglesia para ver su arquitectura y su arte y te encuentras con un mendigo en la puerta, entras y te piden dinero para dejarte pasar. ¿Por qué tengo que pagar para entrar en una iglesia mientras una persona que lo necesita no recibe nada? Si se supone que la iglesia es "la casa del señor", ¿dónde está Dios para decir que le parece bien que nos cobren por entrar mientra salguien sufre a la puerta de su casa? Si intentan decirnos que así es como tiene que ser, entonces ¿no me gusta ese Dios o no me gustan sus portavoces?¿Qué derecho tienen unos frente a otros para pedir dinero?.
Los límites los ponemos los seres humanos, marcamos las normas de conducta, las reglas morales, los tributos y todo. Estamos en el siglo en el que todo se paga, todo está prohibido y decimos que tenemos libertad. ¿Libertad para qué? ¿Libertad para seguir el camino estipulado? ¿Libertad para andar como se supone que hay que andar, para que nuestro tono de voz nunca se eleve demasiado, para respirar un aire cada día más viciado? ¿Y eso es ser libres?
Así que terminamos haciéndonos a la idea de que la libertad es ese término relativo que nadie termina de entender, pero que todos consideramos nuestro. Y así pasamos nuestra existencia, soñando con ser mariposas sin atrevernos a salir del capullo y echar a volar.
A veces creemos que otras mariposas vuelan a nuestro alrededor y que somos los únicos atrapados sin salida. Como si nadie nos hubiera enseñado a volar. Sin saber que a veces somos libres de verdad. ¿Cuándo? En ese mágico momento en el que importa más lo que te pide tu instinto que lo que grita tu cerebro, en ese instante en el que todo vale porque la cordura y la moralidad no te hacen sentir no solo como una mariposa... sino como si las llevaras todas dentro.
Y ahí revolotean como locas. Dentro de todos nosotros, tratando de enseñarnos cuándo tenemos que abrir las alas y dejar de mirar el suelo que pisamos. Cuándo tenemos que besar, gritar, correr, cantar, bailar, hacer el amor o pegarle un puñetazo a algo.
En mi último cumpleaños, mi mejor amiga me regaló una pulsera de plata. Son mariposas alrededor de mi muñeca. Ahora miro la pulsera y pienso que la tontería que empezó por una canción de La Oreja de Van Gogh en un segundo ha cobrado otro significado. Porque todas las cosas que hacemos porque sí tarde o temprano nos enseñan algo.
"Cada fallo,
cada imprecisión,
cada detalle,
todo bajo control.
cada imprecisión,
cada detalle,
todo bajo control.
Cada acierto,
cada aproximación,
cada escena,
bajo supervisión.
La casualidad se puso el disfraz de una
mariposa que al vuelo se entregó soltando
su efecto nos acarició."
cada aproximación,
cada escena,
bajo supervisión.
La casualidad se puso el disfraz de una
mariposa que al vuelo se entregó soltando
su efecto nos acarició."
Mariposa, La Oreja de Van Gogh.
Y así es como he decidido que nunca más volveré a decir "Haz lo que quieras" o "Haz lo que creas correcto" o "Haz lo que debes hacer", a partir de hoy diré siempre "Haz lo que sientas que debes hacer". Porque todos podemos ser mariposas y nadie es quién para arrebatarnos las ganas de volar aunque vayamos a estamparnos contra un cristal.
Para B., porque toda mariposa tiene que aprender a volar.
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