Mi blog empieza con una canción que me parece que transmite lo que casi todos sentimos alguna vez, esa necesidad de encontrar a la persona adecuada. Además es un gran grupo que en noches como esta no puedo parar de escuchar. Por Nickelback, porque todas sus canciones me transmiten algo y porque simplemente me apetecía poner esta preciosidad de canción que, aunque nadie le encuentre probablemente el parecido con el resto del blog, creo que sí que tiene bastante relación.
Hoy me iré por las ramas como siempre y lo que empiece siendo un tema puede que vaya mutando sin saber en que conclusión derivará. Escribir sin borradores es como siempre para mí absurdo y descoordinado, como los pensamientos humanos. Como mi mente que empieza pensando en una cosa y termina recorriendo otras tantas antes de volver a su cauce.
Empecemos: Esta tarde de camino a mi casa he estado hablando con E. sobre la química de las personas, sobre olores y hormonas.Volvíamos de Faunia y tanto tiempo rodeadas de animales nos ha hecho terminar en una conversación sobre la parte animal y sexual del ser humano.
¿Qué es lo que hace que dos personas necesiten tan solo un beso para que todo su cuerpo se prepare para algo más? Porque está claro que no le pasa a todo el mundo. Hablo de esa sensación de pérdida de control en cualquier lugar y a cualquier hora.
Empiezas por acercarte, cierras los ojos y cuando te quieres dar cuenta los cuerpos se han juntado tanto que no queda ni un resquicio de espacio entre los dos. En muchas ocasiones la cordura aparece de pronto y se da cuenta de que no es el momento ni el lugar apropiado aunque solo sea un beso. ¿Por qué? Está claro, porque el resto de la humanidad sabe que hay besos y besos y algunos no son para todos los públicos.
Seguro que no soy la única que alguna vez se ha preguntado por qué una misma colonia no le queda igual de bien a varias personas diferentes... pero la respuesta es clara, no todos olemos de la misma forma.
De hecho, aunque tengo varios perfumes, no suelo echarme ninguno, solo en alguna ocasión puntual. Tal vez soy rara, pero me siento extraña cuando me paso el día oliendo a algo a lo que no estoy acostumbrada. Realmente no creo que nadie perciba el propio olor que desprende, pero aun así somos conscientes de ello porque cuando algo ajeno está presente en nuestra piel lo notamos en seguida.
¿Quién no ha cogido alguna vez una prenda de ropa y ha dicho: todavía huele a él/ella? ¿Quién no ha respirado por la calle y ha captado en la distancia un aroma parecido al de alguien que conoce? ¿Quién no ha entrado en una casa y ha sabido perfectamente que era de sus dueños?
Da igual la colonia, el ambientador, las velas o el incienso. Todos llevamos una parte esencial de nosotros mismos desprendiéndose por nuestros poros, por nuestro pelo.
Nos acercamos a alguien y con los ojos cerrados podemos decir de quién se trata, siempre y cuando sea alguien cercano o especial, porque su olor estimula nuestra memoria. Si tenemos en cuenta que el olfato es el sentido que más nos ayuda a recordar, podemos sacar en claro que nuestra vida se basa nada más y nada menos que en una serie de perfumes inconexos. Personas, ciudades, flores, comidas, tiendas.
La tierra mojada después de un día lluvioso. El chocolate derretido que trae imágenes de tardes con gofres, crepes y fuentes calientes. Los pinos que me llevan a cuando era pequeña, a Peguerinos y aquellas caminatas hasta el refugio. Las arizónicas que me devuelven a primaria cuando me escondí con una amiga sin saber que era alérgica y que estaría sin respirar por la nariz dos días.
El tequila a palo seco que me hace celebrar de nuevo mi 17 cumpleaños en un local que ya no existe donde casi pierdo el estómago por la boca. Cierto tipo de humo que consigue que sonría acordándome de los días en Holanda con mi pequeña B. La lejía y el desinfectante que, aunque suene extraño, me trasmiten tranquilidad... me recuerdan a las miles de veces que tuve que quedarme ingresada en el hospital, me hace sentir bien porque entraba sin vida y salía con fuerzas para seguir creciendo.
La hierba recién cortada que me hace pensar en mis padres arreglando el jardín. Los hielos que, supongo que porque me huelen a frio, me hacen acordarme de cuando vivía en el piso y ayudaba con mi mejor amigo A. a mi madre a quitar el hielo del coche a las 8 de la mañana para ir juntos al colegio. La pólvora de los fuegos artificiales que arden en el cielo cada nochevieja desde el ático de mis abuelos. El pegamento y las témperas que me recuerdan lo mala que he sido siempre en las manualidades y lo bien que me lo pasaba (y aun me lo paso) haciendo cosas sin sentido ni utilidad.
Incluso el olor a limpio y relajante que me trasmiten las sábanas blancas en una cama, como las de casa de mi abuela y las del Hospital San Rafael, me hacen sentirme bien y duermo mejor.
Pero son los olores de las personas los que más me intrigan. ¿Cómo funcionan las feromonas? ¿Cómo nos influyen a la hora de sentirnos atraidos hacia otros? ¿Qué convierte un simple de labios en unas manos que se deslizan calle abajo por la espalda, en unos brazos que rodean un cuello para apretarse más? ¿Qué tiene la otra persona para que se acelere nuestro pulso y nos haga desear estar a solas para arrancar hasta el último botón? Podemos amar a ciegas. Podemos desear aun siendo sordos. El gusto no nos influye casi nunca. Y en mi opinión, el tacto se ve condicionado por un deseo previo. Podemos desear aquello que nunca hemos tocado, con tanta intensidad que lo sentimos en las yemas de los dedos incluso antes de acercarnos.
Pero, ¿podríamos sentir la química si nos arrebataran el olfato? ¿Es todo realmente tan animal? ¿Es puro instinto de supervivencia de la especia? ¿Buscamos a quien hormonalmente nos complementa para la reproducción o la convivencia? Si es así, ¿por qué la humanidad lleva siglos enmascarando los aromas o edulcorándolos de mil maneras? ¿Y por qué hay tantas personas que se empeñan en comprar carísimos perfumes y colonias solo por moda o por el mero hecho de decir "yo uso tal o cual" cuando no les sienta bien? Dicen que no podemos controlar de quién nos enamoramos, yo creo que es algo más físico, ¿no podemos controlar qué sabores de comida nos gustan así que por qué deberíamos poder controlar que olores nos atraen?
Entonces la belleza y la superficialidad en la que ha caído la sociedad... el culto a la delgadez y el bronceado insano de la piel... o el ejercicio extremo que termina atrofiando los músculos con el tiempo... o el maquillaje que estropea la piel de la cara a las mujeres cada vez desde más temprana edad... ¿para qué todo eso? ¿de qué sirve? Si todo se basa en la percepción olfativa y de ahí sumamos la personalidad y la compenetración, sacando la conclusión amorosa... ¿para qué tanta parafernalia?
En este circo de lo absurdo donde la naturaleza de las curvas de una mujer que antaño se consideraban ideales por la salud y la fertilidad que representaban ahora se consideran prescindibles en pos de un cuerpo esquelético donde las caderas no están suavizadas sino huesudas, donde las modelos no pueden permanecer de pie con las piernas juntas sin cruzar por lo antiestético que resulta ver la separación en esos huesos con piel que creen que son muslos, ¿qué nos queda para sobrellevar tanta estupidez?
¿Creen de verdad las mujeres que parece que se pintan la cara con espátula que las querrán más si ocultan sus imperfecciones? ¿Qué clase de amor tendrían entonces que al despertar desmaquilladas por la mañana no son las mismas personas con quienes su pareja quiso dormir la noche anterior? ¿Son conscientes de que el uso diario de ciertos cosméticos produce daños irreversibles en la cara y anticipan la aparición de arrugas y manchas?... Claro, qué les importa, si ocultarán esos defectos también con lo mismo que los causó.
Prefiero creer que estamos intentando enmascarar nuestro instinto animal, que el ser humano en un intento desesperado de diferenciarse del resto de especies ha querido ofrecer a la atracción muchos más medios que el simple impulso hormonal de la sexualidad innata en todos los seres.
Me despido con una canción que creo que va muy acorde con el grito silencioso que deberíamos hacer vibrar dentro de cada uno para que la sociedad del siglo XXI, materialista y narcisista, vea que todavía quedan personas que no tienen miedo a seguir sus impulsos más salvajes saliendo al fin del club de borregos o de la masa informe en que nos hemos convertido con el tiempo.
"No, no importa dónde vamos.
Todos lo saben...
Somos justos un par de animales."
Todos lo saben...
Somos justos un par de animales."
Animals, Nickelback.
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