miércoles, 1 de junio de 2011

A través de la oscuridad

 No sé quién eres. No consigo recordar tu cara. No sé cómo es tu voz ni tu estatura.
Pero sé quién eres. Recuerdo el tacto de tu piel y de tus labios. Sé cómo es el sonido de tu respiración.
No sé como te llamas ni el color de tu piel. Solo sé que con cada susurro tuyo la oscuridad nos abrazaba con más fuerza.
No sé cuántos años tienes ni si sabes hablar otros idiomas.
No sé dónde naciste ni cómo se llaman tus padres.


Empecemos por el principio. Una vela iluminaba a lo lejos, no lo suficiente. Sé que era una vela porque la luz tintineaba cuando le llegaba nuestra respiración. Creía que estaba sola, tenía miedo, no podía respirar. Estiraba los brazos, buscando sin parar cualquier cosa, la esquina de una mesa, el borde de una cama, la pared... lo que fuera. Me faltaba el aire, trataba de llegar hasta la vela, pero parecía que no avanzaba por la habitación.
Me entraba el pánico, no veía nada, ni siquiera podía verme mis propias manos. Empezaba a llorar.
Ese fue el momento, todo cambió. Tus manos rodearon mi cintura y el tiempo se paró. Me dio un vuelco el corazón cuando me susurraste que estuviera tranquila con tus labios tan cerca de mi cuello que de recordarlo me recorre un escalofrío de los pies a la cabeza.
Con una mano apartaste un mechón de mi cara y me limpiaste las lágrimas. Aun me costaba respirar con normalidad, besaste mi mejilla izquierda y aun puedo sentirlo. Acercaste tu cuerpo al mío porque yo temblaba de miedo y frío. Nunca me habían abrazado así.
Dejé mis manos caer desde tu espalda, medio dormida apoyada en tu pecho. Las cogiste con cariño y las colocaste alrededor de tu cuello. Te miré aun sabiendo que solo encontraría la misma oscuridad que antes. No podía ver tus ojos, pero sabía que me mirabas como yo a ti. Te movías despacio, con tus manos sosteniéndome pegada a ti. Era como bailar.
Me besaste, solo una vez, solo un beso pequeño y susurraste que aunque no pudiéramos ver más allá de nuestros pensamientos, era todo lo que necesitábamos para hacernos felices. Dijiste que daba igual si nadie lo entendía, que lo que realmente te importaba era poder abrazarme como nadie más lo hace; que la vela era solo un símbolo, lejano, distante, pero real. Pensé que tenía lógica, que lo único que nos impulsa a seguir adelante es la esperanza de que en algún momento se acabará la oscuridad. Tú supiste lo que pensaba y suspiraste al decir que aunque a veces la distancia parece un tormento, no tenía porqué hacer mi recorrido sola.
Me di cuenta de que hacía un rato que estábamos tumbados. Tú mano derecha sobre mi cadera, mi mano izquierda deslizándose por tus hombros. Casi me había olvidado de la vela, ya la alcanzaríamos, tal vez juntos, tal vez no. Puede que parte del camino lo haya hecho ya sola, tal vez el miedo a la oscuridad es la sensación de que alguien podría estar a tu lado pero prefiere esconderse entre las sombras.
Tu boca de nuevo buscó la mía y mis piernas se entrelazaron con las tuyas. Ya no tenía frío, pero lo hacía. Tú eras mi fuente de calor, tu piel ardía al roce de la mía. Solo nos abrazábamos para no congelarnos en esa fría habitación. Se me cortaba la respiración cada vez que rozabas mi cuello y se me paraban los latidos si pensaba que te estabas alejando. 
Jugábamos a aprendernos nuestros cuerpos con las yemas de los dedos. Tu índice acariciaba mi columna vertebral y mis dedos trataban de memorizar tu rostro.
Girábamos sobre nosotros mismos y reíamos. Un segundo después me decías casi sin pronunciarlo "¿crees que hay alguien más aquí?" y sin pensarlo respondía "¿acaso importa?". Puede que en los rincones de la oscuridad que hicimos nuestra hubiese alguien escuchando nuestros murmullos, tal vez hubiera un grupo debatiendo en silencio si merecíamos la oportunidad de acercarnos al final. Pero nos dio igual. Solos tú y yo y la posibilidad de ir juntos más allá cuando decidiéramos ponernos a caminar lejos de nuestro lugar seguro.
Me he despertado sin querer y me rodeaba la misma oscuridad, tenía los ojos húmedos y una sonrisa en los labios. Esta noche no me han perseguido, no me han matado, no me han hecho daño... pero me han dado unas expectativas del amo muy poco realistas. Me han dicho que existe alguien que está ahí, esperándome en la oscuridad para rescatarme cuando no pueda más, que le dará igual todo mientras sus brazos puedan rodearme. Anoche me enseñaron que a veces la vida es como una habitación oscura de una enorme mansión, que el camino puede ser complicado, pueden flojearnos las piernas y dejarnos al borde del abismo. Pero si nos fijamos bien, si prestamos verdadera atención una diminuta lucecita nos indica por dónde ir. 
Quizá nuestro destino sea llegar solos, quizá alguien nos coja de la mano y camine seguro sin soltarnos, quizá la compañía vaya y venga... porque en la vida, en esa habitación negra, hasta tu propia apariencia depende de mil variables. ¿Cómo sabes que quieres algo que no puedes ver? ¿Podrías amar a alguien sin mirar a los demás? ¿Eres capaz de besar sus pensamientos más que su físico? Solo cuando te planteas estas preguntas y sabes responder sin dudar afirmativamente, estás preparado para enamorarte. 
Mi sueño me ha recordado a mi mito griego preferido, la historia de Eros y Psique, el Amor y el Alma.



En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas. Para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique (en griego significa alma), no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Tan hermosa era que sus conciudadanos, y un buen número de extranjeros, acudían a admirarla. Incluso dieron en compararla a la propia Afrodita, la diosa al darse cuenta que sus templos estaban vacíos por que la gente prefería rendirle honores a la maravillosa Psique, encargó a su hijo Eros : "Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos" y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereides y delfines.

Al tiempo después las dos hijas mayores contrajeron matrimonio y al ver que la menor no tenía pretendientes, su padre consultó al oráculo, escuchando con espanto como éste le ordenaba que vistiese a su hija con la mejor de las galas nupciales y la dejara en la cima de la montaña abandonada a su suerte, por que el destino había predestinado a la joven como goce de un horrible monstruo de una ferocidad extraordinaria.



Sobre un lecho de roca quedó muerta de miedo Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. En estas que se levantó un viento, se la llevó en volandas y la depositó suavemente en un pradera cuajada en flor. Tras el estupor inicial Psique se adormeció. Al despertar, la joven vio junto al prado una fuente, y más allá un palacio. Sirvientes invisibles acompañaron a la joven, que no podía dar créditos a sus ojos.

¿ Donde estoy? preguntó perpleja la dulce doncella al no distinguir a nadie ni en los jardines ni en las salas del palacio.
"Donde serás amada y tus deseos se verán satisfechos", murmuró una voz a su oído.
Y en efecto: como al conjuro de su capricho, resonaban música, se le ofrecían vestidos, joyas y banquetes. Legada la noche, acudió el misterioso esposo a ejercer los deberes conyugales.
Pasaron los días por la soledad de Psique, y con ellos sus noches de placer. En una ocasión su desconocido marido le advirtió: "Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha". "Mas añoro mucho su compañía dijo ella entre sollozos. Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre". "Sea ", contestó el marido, y al amanecer se escurrrió una vez más de entre sus brazos. De día aparecieron junto a palacio sus hermanas y le preguntaron, envidiosas, quién era su rico marido. Ella titubeó, dijo que un apuesto joven que ese día andaba de caza y, para callar su curiosidad, las colmó de joyas. Poco antes de que anocheciera, Psique tranquilizó a sus hermanas y las despidió hasta otra ocasión.
Con el tiempo, y como no podía ser de otra forma, Psique quedó encinta. Pidió entonces a su marido que hiciera llegar a sus hermanas de nuevo, ya que quería compartir con ellas su alegría. Él rezongó pero, tras cruzar parecidas razones, acabó accediendo. Al día siguiente llegaron junto a palacio sus hermanas. Felicitaron a Psique, la llenaron de besos y de nuevo le preguntaron por su marido. "Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad..." Psique se sonrojó, bajó la cabeza y acabó reconociendo lo poco que conocía de él, aparte de la dulzura de su voz y la humedad de sus besos... "Tiene que ser un monstruo ", dijeron ellas, aparentemente horrorizadas, "la serpiente de la que nos han hablado. Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte". Y la ingenua Psique asintió.



Cuando esté dormido, dijeron las hermanas, coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza". Enseguida partieron, y dejaron sumida a Psique en un mar de turbaciones. Pero cayó la noche, llegó con ella el amor que acostumbraba y, tras el amor, el sueño. La curiosidad y el miedo tiraban de Psique, que se revolvía entre las sábanas. Decidida a enfrentar al destino, sacó por fin de bajo la cama el cuchillo y una lámpara de aceite. La encendió y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era... el propio dios Eros, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo el carcaj con sus flechas. La propia lámpara se avivó de admiración; la lámpara, sí, y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro del dios que despertó sobresaltado.

Al ver traicionada su confianza, Eros se arrancó de los brazos de su amada y se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: "Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Afrodita desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé... Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme". Y dicho esto se fue. Quedó Psique desolada y se dedicó a vagar por el mundo buscando recuperar, inútilmente, el favor de los dioses: la cólera de Afrodita la perseguía. 
(...)






No sé si te conozco.
No sé si eres real.
No sé si ya estás en mi vida.
O si alguna vez lo estarás.
No sé cómo eres, qué te gusta o hacia dónde vas.
Solo sé que si eres tú el de mi sueño...

Te seguiré a través de la oscuridad.


Porque en mi habitación oscura 
Todo es una posibilidad,
incluso tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario